Todos los domingos abro el periódico con avidez para leer a Xavier Marcet porque, a mi modo de ver, encarna mejor que nadie el equilibrio entre el management para el primer cuarto de siglo y el humanismo empírico. Nos habla de humildad, de solidaridad o de generosidad a la vez que plantea la sucesión, el liderazgo o la toma de decisiones en la empresa, por poner solo algunos ejemplos.
Me permito, modestamente, opinar que sería necesario un divulgador así, con las gafas de la gestión empresarial puestas, para ayudarnos a interpretar la vida en los colegios que transforman y que se transforman. ¿Por qué soy de esa opinión?
Pues bien, constato que hasta hace relativamente poco (como en todos los procesos de cambio es muy difícil poner fechas, porque mientras que unos ya están en plena transformación otros todavía están evaluando si la abrazan) los centros educativos tenían unos procedimientos muy bien engranados. El “profesor de mates” tenía una asignatura llamada “matemáticas ” -a la que todos los alumnos de la clase llamaban “mates”- y la impartía todas las semanas con un horario marcial, acompañado felizmente por un libro titulado Matemáticas 1º ESO.
El mundo era ordenado y feliz. Nuestro “profesor de mates” era una persona tan encantadora como predecible, que sabía que en su programación didáctica encontraría todas las respuestas a las dudas que hipotéticamente se podrían ir planteando a lo largo del curso. Y, no menos importante, desde Secretaría sabían que en el mes de enero, al volver de las vacaciones de Navidad, “el Sr. Mates” siempre hacía LA salida a la entidad bancaria con la que habían firmado un acuerdo años atrás, para teorizar sobre algunos conceptos de los próximos temas. Para ir al “Banco de siempre” necesitaban un autocar para el transporte, una bolsa de picnic para comer al terminar, una autorización firmada por el padre o la madre y el comprobante del ingreso para la salida, además del apoyo de una persona de soporte para controlar a los alumnos si armaban jaleo. Este extremo no solía pasar, porque los alumnos llevaban aquello de “ver, oir y callar” bien aprendido. Y, superada la salida de enero, ya solo quedaba la merienda de final de curso, con todas las clases de la ESO en el patio, escuchando música, tomando refrescos y comiendo pan de molde con crema de leche, cacao, avellanas y azúúúcaaaar (no diremos la marca, pero la estáis escuchando tan bien como yo, si sois boomers).
¡Qué placidez para todos! Desde luego, los alumnos tenían el plan de trabajo, sus familias sabían que no había nada de qué preocuparse (ni siquiera del aceite de palma o los azúcares añadidos), el profesor dominaba la trayectoria de principio a fin, el director financiero tenía un presupuesto sin apenas alteraciones, desde cocina preparaban las bolsas de picnic con previsión y el personal de Secretaría podía avanzar el trabajo incluso antes de irse de vacaciones.
Sin embargo, muchos de los centros educativos de nuestra geografía son otra cosa (y, si no lo son, deberían plantearse que quizá ya no puedan esperar más para serlo). Nuestro profesor número 2 es codocente en un equipo multidisciplinar que mentoriza a alumnos de 1º y 2º de la ESO en un proyecto que intenta dar respuesta a la pregunta “¿Le gustaba a Picasso el compás de 3/4?”. Un grupo con un alumno con diversidad funcional ha contactado con una conservadora del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía que les podría ayudar con algunas buenas pistas. Están planteándose una salida con transporte adaptado para esta misma semana, porque durante la próxima tienen que hacer la presentación oral a los compañeros del bachillerato artístico, que los evaluarán con una rúbrica. Ni los alumnos, ni sus familias, ni el claustro, ni el personal de Secretaría lo esperaba, pero el equipo docente considera que están frente a una magnífica situación de aprendizaje, así que el profesor está echando el resto para que la salida sea un éxito. Cuando casi todo está ya listo, otro grupo, que forma parte del coro del colegio, ha conseguido a esa misma hora cerrar una vídeo llamada con un compositor de tangos de Montevideo que les hablará del drama de La Cumparsita; otros dos grupos manifestado que tenían planteado poner en común sus pesquisas en Chat GPT con unos expertos del MIT… En todos los casos, el equipo docente considera que esos intereses de los alumnos coinciden con los criterios establecidos para la adquisición de los objetivos de etapa, claro; porque estaremos de acuerdo en que no se trata de que los alumnos “aprendan cosas” sino de que, en palabras del Dr. Pere Marquès, “aprendan lo que tienen que aprender en cada contexto/tiempo”.
No me cabe ninguna duda de que esta segunda forma de trabajar en el centro es el que pone a los alumnos en mejores condiciones para ser empleables en los tiempos en que nos toca vivir y, sobre todo, en los tiempos en los que les tocará vivir a ellos, pero mi preocupación es si los profesores y las instituciones educativas que les cobijan conseguirán sobrevivir a la experiencia.
En el paso del primer paradigma al segundo, algunos procesos (por no decir la mayoría de ellos) se han desdibujado y es el profesor el que tiene que ir gestionando imprevistos y dándoles respuesta. Poner al alumno en el centro conlleva poner al profesor en su órbita y el riesgo es que termine muy mareado.
Cualquier empresa medianamente grande espera unos procesos cuanto más ordenados y previsibles, mejor. Esa lógica, sin embargo, choca frontalmente con las metodologías activas. Va a ser imposible que en el mes de septiembre el profesor pueda prever que hará una salida a un museo si lo que pretende es que sean los propios alumnos quienes encuentren autónomamente el espacio que mejor responda a lo que necesiten aprender. Y lo que deberíamos preguntarnos es cómo la institución educativa acompaña al docente en este nuevo paradigma. ¿Hemos desarrollado una metodología ágil para el colegio, que permita virar la proa para adaptar la navegación al oleaje? Cuidado, porque si no lo hacemos nos podemos hundir muy fácilmente. El equipo de completo tiene que adaptarse, porque las necesidades de hoy son muy específicas y necesitan liderazgo distribuido, autonomía, confianza y capacidad de reacción.
De igual manera, cerrar un presupuesto sin fisuras resultará de una exquisita imposibilidad… Las desviaciones serán, probablemente, directamente proporcionales a los intereses de los alumnos en resolver vivencialmente los retos; es este un punto muy sensible. Los buenos recursos (humanos, tecnológicos y organizativos), convenientemente usados al servicio del alumno, pueden facilitar la aplicación de potentes metodologías que faciliten los aprendizajes. Pero su puesta en práctica implicará una inversión que hay que evaluar con sentido y con indicadores de mejora fiables y significativos. Mantener la agilidad no puede traer consigo incurrir en nuevos gastos que ni consigan reducir los antiguos, ni aporten una mejora clara en la organización.
Para terminar, si en la vida sabemos que no todos vamos a dedicarnos a lo mismo, quizá también ayudaría tener en cuenta que no todos tenemos que conocerlo todo con la misma profundidad. ¿Tenemos en todos los equipos docentes a personas preparadas para llevar a cabo tareas de gestión? Cuidado, porque es un error inferir que un excelente maestro va a ser también un gran director de operaciones y, si nos damos cuenta de ello demasiado tarde, habremos minado la moral de un gran docente.
Así pues, ¿abrazamos la diversidad con metodologías ágiles o nos aferramos a una rigidez que quizá acabe por ser una piedra atada al cuello? Mi consejo sería, sin duda, entrar y crecer desacomplejadamente dúctiles en este segundo cuarto de siglo, con sus apasionantes retos (encabezados por la IA, el machine learning, los cambios sociales…); eso sí, intentando que no solo sea el docente quien se transforme, sino que lo acompañe todo el resto de la organización.
Montserrat Brau
Socia fundadora de Clickedu (2000-2023)
Socia fundadora y CEO de Mastercole www.mastercole.com
mbrau@mastercole.com